Esquivando a la muerte, Neumonía
La Larga Espera
Son ya cinco días ingresado en el hospital por neumonía. No puedo creer que todo empezó hace solo una semana. Mi historia comienza el pasado lunes, cuando decidí visitar a mi médico de familia, el Dr. Amador. Al llegar allí, no tenía idea de que los acontecimientos se desarrollarían de manera tan inesperada.
La sala de espera estaba llena de pacientes. El aire olía a desinfectante y había un murmullo constante de voces bajas. Miré mi teléfono y noté que ya habían pasado tres horas desde que llegué. Estaba ansioso. Sentía que mi tos persistente y la falta de aire no eran normales. Cuando finalmente llamaron mi nombre, me levanté y seguí a la enfermera hasta la consulta.
El Dr. Amador me recibió con una sonrisa amable, pero al instante noté un cambio en su expresión. Cuando le conté sobre mi dificultad para respirar y mi tos que parecía no tener fin desde la noche que pasé en observación en el hospital el 12 de octubre, su preocupación se acentuó.
Voy a revisar tu oxígeno, dijo mientras colocaba el medidor en mi dedo. A medida que los segundos pasaban, vi su rostro volverse serio.
Tus niveles son bajos, dijo finalmente. Creo que necesitas un par de pruebas adicionales. Me gustaría que te hicieran una radiografía de tórax.
Mis pensamientos comenzaron a girar. ¿Por qué no me dijo esto antes? Me sentía agotado y, a pesar de su calma, una sensación de miedo empezó a recorrerme. Después de la radiografía, el Dr. Amador entró de nuevo en la sala con un gesto grave.
Tienes neumonía, anunció. Sus palabras me golpearon como un balde de agua fría. No te preocupes, es tratable, pero tienes que ser ingresado para un tratamiento más intensivo.
Me sentí como si el mundo se detuviera. La idea de estar en un hospital por varios días no me gustaba, pero sabía que tenía que hacerlo. No quería ponerme en riesgo ni preocupar a mi familia.
Cuando llegué a la sala de hospital, me recibieron varias enfermeras que parecían saber exactly lo que estaban haciendo. Me hicieron sentir un poco más cómodo, pero a medida que los días pasaban, la monotonía del hospital comenzaba a afectarme. Mi habitación tenía una ventana pequeña desde la cual podía ver los árboles que cambiaban de color con el otoño. Pensé que era hermoso, pero no podía disfrutarlo del todo.
Las visitas de mi familia se convirtieron en un rayo de luz en mis días oscuros. Mi hermana, Carolina, fue la primera en venir. La vi entrar con una bolsa de mi comida favorita y una gran sonrisa.
¿Cómo estás? preguntó, sentándose en la silla a mi lado.
Un poco mejor, creo. Pero aquí me tienen atrapado, respondí con un suspiro.
Carol siempre supo cómo hacerme reír. Me contó sobre su día, sobre cosas tontas del trabajo, y activó una conversación sobre nuestro programa de televisión favorito. Su risa llenó la habitación, y por un momento, olvidé donde estaba.
El siguiente día, mi madre vino a visitarme. A pesar de estar enferma, ella siempre se preocupaba por mí. Trajo consigo una manta suave que había tejido. La envolví alrededor de mis hombros, sintiendo su calor y amor.
Solo quiere que te cuides, me dijo mientras acariciaba mi mano. Estamos todos contigo.
Agradecí tener su apoyo. A lo largo de mi estancia, las enfermeras vistieron sus coloridos uniformes y entraban cada pocas horas para asegurarse de que estaba bien y administrarme los medicamentos en vena. Uno de ellos, Juan, siempre tenía una sonrisa y un comentario divertido que hacer. Su energía positiva ayudaba a mis días a pasar un poco más rápido.
Cada vez que entraba el Dr. Amador, me revisaba con atención. Me contaba sobre los avances en mi tratamiento, y poco a poco, mi estado empezó a mejorar. Sentía que estaba más fuerte cada día, aunque la tos seguía presente y mi pecho aún se sentía pesado.
Una noche, mientras observaba la tenue luz de la luna a través de la ventana, mis pensamientos tomaron un giro. Recordé a Lobo y el último partido de fútbol que habíamos jugado antes de enfermarme. En ese momento, decidí que pronto estaría de vuelta en el campo, corriendo y riendo con el.
Pasaron los días y con la ayuda del tratamiento y el apoyo de mi familia, finalmente llegó el día en que el Dr. Amador me dio el visto bueno para irme a casa.
Estás mucho mejor, dijo con una sonrisa. Pero lentamente. Asegúrate de descansar y tomar los medicamentos que te recetaré.
Salí del hospital sintiéndome como si hubiera ganado una batalla. Mis amigos me esperaban en la puerta, todos con sonrisas enormes, y me invitaron a salir a respirar aire fresco. Ya era hora de disfrutar nuevamente de la vida.
Mientras caminábamos hacia el parque, comprendí que aunque la enfermedad había sido difícil, me había enseñado a valorar aún más los pequeños momentos. La vida es preciosa, y cada respiro cuenta. Estoy listo para volver a la normalidad y disfrutar de cada día como un regalo.
Cuando la salud decide poner freno a todo y hacer un reset

